Plagio
Julián Contreras Álvarez
Sentimos una ola
de sangre, en nuestro pecho,
que pasa... y sonreímos,
y a laborar volvemos.
Antonio Machado
"La muerte nos persigue despiadada. Cada nuevo disparo de los dragones acrecienta mi odio a los verdugos, cada niño muerto, cada niña vejada me llaman a levantar mi mano contra ellos. Joven, compañero mío, con la esperanza puesta en que logres encontrar, en estos versos de Machado, alguna respuesta a tu locura, te entrego este libro en recuerdo de nuestra infancia. Joven, compañero mío, me voy a reventar al monte las pesadillas de tus antepasados. Con rabia, siempre mía. Ciudad Juárez, 26 de septiembre de 2014"
Fueron tiempos de polvo, arañas y otros insectos escondidos entre cajas y bolsas con libros bien intencionados (las más de las veces mutilados o de poca monta), llegaron dispuestos a contener la danza de la muerte, sin límite, cuyo paso destrozaba el tiempo arrebatado por las residentes a esa ciudad sin memoria.
Cuando el joven necio se dio a la tarea de organizar el caos levantando junto a los suyos la biblioteca de las y los olvidados, empezó por catalogar cada ejemplar bajo el criterio de la esperanza. El reto era mayúsculo y, a decir de un vecino, de oficio desempleado, francamente un disparate: sin miedo a equivocarse pronosticó que la juventud no alcanzaría para leer los textos (menos aún el contexto) si en verdad se tenía por seria la idea de clasificar de tal manera todo aquello.
El joven lleva meses intentando lo imposible. Le he visto a través de una ventana ávidamente leyendo y redactando fichas bibliográficas; ríe a veces, se estruja los cabellos otras tantas y cuando sus ojos tiemblan, cuando una verdad divina atraviesa sus recuerdos, detiene el trabajo y sale a caminar por la banqueta fumando un cigarrillo.
Los bailes mortuorios no han cesado en cada esquina. gritos llaman a las hijas arrebatas en pedacitos, tan pequeños, rojos todos ellos, que aún debajo de las piedras las buscan escritores y asesinos (¡ingenuos! no caen en cuenta que las lluvias de este invierno los arrastraron a los despeñaderos).
Una de tantas noches de trabajo bibliotecario, el joven dio con sus ojos sobre un libro viejo, de pasta gruesa y forrado con cuero. La textura del volumen lo hundiría en las caricias que no hacía mucho dejaba caer sobre el rostro de la compañera en sueños libertarios. Deslizando la pasta, sus recuerdos temblaron mientras sus ojos atravesaban, al quedar descubierta, la siguiente dedicatoria:
"La muerte nos persigue despiadada. Cada nuevo disparo de los falangistas acrecienta mi odio a los verdugos; cada niño muerto, cada niña vejada me llama a levantar mi mano en contra de ellos. Joven, compañero mío, con la esperanza puesta en que logréis encontrar en el gran Cervantes alguna respuesta a mi locura, os entrego este libro en recuerdo de nuestra infancia. Joven, compañero mío, me voy a reventar al monte las pesadillas de mis antepasados. Con amor, siempre de vuestra parte. Barcelona, 26 de septiembre 1937"
¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso! La biblioteca sigue en el olvido, en el intento: La esperanza no ha podido ser ordenada.
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