viernes, 9 de enero de 2015

La Plaza y el Espejo.

LA ATLÁNTIDA
«Admiramos muchas y grandes hazañas de vuestra ciudad registradas aquí, pero una de entre todas se destaca por importancia y excelencia. En efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba del exterior, desde el Océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de Heracles.».
(Mención del imperio Atlántida por parte del anciano sacerdote egipcio a Solón en el Timeo de Platón)

Cuando la ciudad del conocimiento terminó destruida por aquella tormenta de egoísmo y avaricia, muchos de sus habitantes se negaron a abandonar las ruinas. Dicen los que saben que no pocos fueron rechazados con violencia, lanzados desde las murallas al otro lado de las fronteras.

              No obstante el empeño capital de los que se niegan a ser en el otro y, por otra parte, la poca fuerza de los excluidos; la esperanza se hizo sentir en estos con calma de noche estrellada. Entre los recién expulsados hubo oídos y escucharon: para emerger del abismo una asamblea en lugar y fecha pronosticada. Sin miedo marcharon y cruzaron las fronteras hasta llegar a la plaza devastada. La tristeza rondó por un instante al contemplar el lugar abandonado. A sus lados giraron el rostro buscando vida y fue la pared de cristal de un edificio golpeado la que abrió sus ojos para ver... y vieron.
               
               El conocimiento del mundo sea con aquellos que luchan.

Julián Contreras Álvarez

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